8.2.14

Mi Mundo en Ruinas. Capítulo 4.

La primera clase que iba a tener era ese mismo día, después del almuerzo. Thomas y yo la teníamos juntos, gracias a Dios. No iba soportar una clase con los locos que se encontraban a mí alrededor ni un solo momento. No me puse a pensar que probablemente estaban iguales o menos locos que yo.
La clase era como la de cualquier escuela secundaria. Una clase común de Literatura. Sin mencionar el guardia cuidando en la puerta y la mujer con bata sentada atrás de la clase.
Me senté al lado de Thomas y de una chica llamada Samantha. La clase transcurrió sin ningún problema. La tarde transcurrió sin ningún problema, si podía ser sincera.
Al final del día, después de la cena, Thomas me acompañó a mi habitación.
—Te acostumbrarás— me dijo, mientras yacíamos apoyados en la pared frente a la puerta de mi habitación.
—No lo sé, Thom— le respondí, bajando la mirada a los libros que tenía abrazados en el pecho—. Tú sabes que yo no suelo encajar en muchos lugares ni les suelo caer bien a las personas.
Thomas rodó los ojos.
—Me caes bien, Drive.
—Tú no cuentas, Thomas— dije, sonriendo mientras ponía la llave en la cerradura de mi puerta.
—Eso dolió— dijo, fingiendo un tono de voz herido.
Me reí.
—Eres mi amigo, Thom— le dije mientras entraba a mi habitación—. Yo sé que te caigo bien, pero si quiero sobrevivir al resto de mi adolescencia, debo tener otros amigos.
—O un novio... — murmuró Thomas.
—El cual no serás tú, así que quítalo de tu cabeza pervertida, Thomas Sauron— le dije. Siempre lo molestaba que en un futuro alternativo nosotros estuviéramos solos y terminábamos acostándonos. Era solo una broma que le hacía, porque sabía que le molestaba.
—No, Dios, qué asco— dijo. Esa era su respuesta habitual.
Sonreí, comenzando a cerrar la puerta.
—Gracias, Thomas, yo también te quiero— le dije, antes de cerrar la puerta completamente y dejarlo parado ahí.

***

Me había quedado dormida para cuando todos regresaban a sus habitaciones, porque pude escuchar en la vigilia las voces despedirse y las puertas cerrarse. Sin embargo, a media noche, unos pasos fuertes me despertaron.
Me levanté de la cama alerta. Me acerqué a mi cómoda y me puse una fina campera de hilo que estaba ordenadamente guardada, para protegerme del frío, aunque era verano. Puse mi oreja en la puerta para escuchar mejor  lo que ocurría al otro lado de mi habitación, en el pasillo.
Lo único que se escuchaban eran pasos, que ahora se encontraban lejos.
Saqué la traba lentamente para no hacer ruido, y luego abrí la puerta levemente, dejando el espacio suficiente para escabullirme.
Salí de mi habitación en puntas de pies para no dejar de escuchar de dónde provenía el ruido.
Di una vuelta en la próxima esquina, donde el cartel que indicaba que la zona de clases comenzaba estaba colgado la pared y donde el ruido se sentía más fuerte y cercano.
La puerta más cercana —y la única— del pasillo era la del laboratorio. Esa misma tarde me lo había mostrado Thomas, y un rato después tuve clase de biología. El profesor de biología era el guardia que yo consideraba bastante sexy, Owen Moseleys. Tenía veintidós años. Era huérfano de padre desde antes de nacer —lo que pasó sigue siendo un misterio—. Nació en Las Vegas, al igual que yo.
También yo saqué toda mi mierda fuera.
—Mi nombre es Loreley Drive— había dicho yo en el momento en el que él se dio cuenta de mi nueva presencia. Me hizo levantarme en mi asiento y hablar sobre mí, como si fuera el primer día de clases en la escuela primaria—. Tengo diecisiete años y soy de Las Vegas. Sufro estrés post-traumático desde los diez años, después de que me caí de un columpio en movimiento. Si, suena bastante estúpido, pero puedo mostrar mi cicatriz; también vi como mi mascota moría frente a mí y vi como mi vida se caía abajo en menos de siete meses.
Owen me miró fijamente durante unos segundos antes de seguir hablando.
—¿Cómo describirías a tu vida en una palabra?
Me pensé un poco antes de contestar.
—Como una ruina. Porque mi vida es una ruina.
Owen me sonrió falsamente antes de decirme que me sentara y en qué tema se habían quedado el día anterior a mi llegada. Estaban tres temas avanzados a comparación a mi anterior escuela, todo lo contrario a lo que alguien pensaría.
En todo caso, volviendo al ruido, la única puerta era la del laboratorio y luego el pasillo terminaba en una ventana solitaria, que ni siquiera tenía cortinas y que tenía una punta del cristal agrietado. Terrorífico.
Avancé lentamente hacia el laboratorio, ahora más en puntas de pie. Sin duda el ruido provenía de ahí dentro. Parecían sollozos. Eran sollozos, en realidad. Sollozos desesperados, de esos que yo solamente provocaba cuando me agarraban ataques de histeria, principalmente después de mi accidente y cuando tenía ganas de hacer una locura.
Me asomé a la pequeña ventana que daba una breve vista del laboratorio, de las primeras filas de asientos y de la pizarra con el escritorio del profesor.
Una persona, que reconocí como Owen por la camisa blanca fuera de los tejanos, tenía la cabeza apoyada en la pizarra, y sus hombros se sacudían sin control. En su mano tenía lo que parecía una tiza. Levanté la mirada para observar la pizarra, para ver si había escrito algo. Quizá la lección del día siguiente.
Sí, había escrito algo en la pizarra. Pero no, no era la lección del día siguiente.
Entorné un poco los ojos para poder ver lo que estaba escrito. La luz de la luna llegaba a través de las persianas, pero no era suficiente. Sin embargo, me fue suficiente a mí.
“Yo no maté a April. Yo no maté a April. Yo no maté a April. Yo no maté a...”
Eso estaba escrito en toda la pizarra. Los puntos suspensivos también estaban, como si Owen se hubiera cansado de escribir y con esos simples tres puntos daba a conocer lo que quería decir.
Me asusté.
Di un par de pasos hacia atrás y me choqué con una lámpara, que al caer hizo un ruido infernal. Los sollozos pararon, y pude observar desde la ventana que Owen avanzaba hacia la puerta.
Eché a correr a pesar de sentir el dolor de los vidrios clavados en la planta de uno de mis pies y sin importarme el ruido que estaba haciendo.
Abrí la puerta de mi habitación y la cerré rápidamente detrás de mí, poniendo la traba en su lugar. Respiré profundamente y me senté en la cama para sacarme los pedazos de vidrio, para luego agarrar unas vendas que tenía guardadas y vendarme el pie herido. Salí unos segundos al baño y luego regresé a mi cuarto.
Me acosté en la cama y no me dormí hasta después de un rato. En ese rato que estuve despierta, estuve pensando que yo no era la única demente en ese lugar.
Claro, si estás en un instituto para enfermos mentales. 
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